lunes, 24 de noviembre de 2008

Esto también pasará.


No recuerdo quien me contó esta historia por primera vez. De hecho yo la había deformado en mi memoria aunque el mensaje estaba intacto. Por eso la copio y pego descaradamente , porque mi versión ya estaba un tanto difuminada. Hoy necesito recordármela:

Una vez un rey citó a todos los sabios de la corte y les manifestó: ” Me he mandado hacer un precioso anillo con un diamante con uno de los mejores orfebres de la zona. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total. Un mensaje al que yo pueda acudir en momentos de desesperación total. Me gustaría que ese mensaje ayude en el futuro a mis herederos y a los hijos de mis herederos. Tiene que ser pequeño, de tal forma que quepa en el diamante de mi anillo”.


Todos aquellos que escucharon los deseos del rey eran grandes sabios, eruditos que podían haber escrito grandes tratados, pero... ¿pensar un mensaje que contuviera dos o tres palabras y que cupiera debajo de un diamante de un anillo? Muy difícil. Igualmente pensaron, y buscaron en sus libros de filosofía durante muchas horas, sin encontrar nada en que se ajustara a los deseos del poderoso rey.


El rey tenia muy próximo a él, un sirviente muy querido. Este hombre, había sido también sirviente de su padre, y había cuidado de él cuando su madre había muerto, era tratado como la familia y gozaba del respeto de todos.
El rey por esos motivos también lo consultó. Y este le dijo: “No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje” "¿Cómo lo sabes?", preguntó el rey. “Durante mi larga vida en el palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era un invitado de tu padre, y yo estuve a su servicio. Cuando nos dejó, yo lo acompañe hasta la puerta para despedirlo y como gesto de agradecimiento me dio este mensaje”.

En ese momento el anciano escribió en un diminuto papel el mencionado mensaje.
Lo dobló y se lo entregó al rey. “Pero no lo leas,-dijo. Mantenlo guardado en el anillo. Ábrelo solo cuando no encuentres salida en una situación”.

Ese momento no tardó en llegar, el país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo a caballo para salvar su vida, mientras sus enemigos le perseguían. Estaba solo, y los perseguidores eran numerosos. En un momento, llegó a un lugar donde el camino se acababa, y frente a él había un precipicio y un profundo valle. Caer por él, sería fatal. No podía volver atrás porque el enemigo le cerraba el camino. Podía escuchar el trote de los caballos, las voces, la proximidad. Fue entonces cuando recordó el anillo. Sacó el papel, lo abrio y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso para el momento. Simplemente decía “ESTO TAMBIÉN PASARÁ”.

En ese momento fue consciente de que se cernía sobre él un gran silencio.
Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haber equivocado el camino. Pero lo cierto es que le rodeó un inmenso silencio. Ya no se sentía el trotar de los caballos. El rey se sintió profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Esas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a guardarlo en el anillo, reunió nuevamente su ejercito y reconquistó su reinado.

El día en que entraba victorioso a la ciudad, hubo una gran celebración con música y baile…y el rey se sentía muy orgulloso de si mismo. En ese momento, el anciano estaba a su lado le dijo: “Apreciado rey, ha llegado el momento para que leas nuevamente el mensaje del anillo.” "¿Qué quieres decir?" -preguntó el rey “Ahora estoy viviendo una situación de euforia, la gente celebra mi retorno, hemos vencido al enemigo”. "Escucha -dijo el anciano- este mensaje no es solamente para situaciones desesperadas, también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando te sientes derrotado, también lo es para cuando te sientas victorioso. No es sólo para cuando eres el último, sino también para cuando eres el primero."

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “ESTO TAMBIÉN PASARA”, y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba. Pero el orgullo, el ego había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Lo malo era tan transitorio como lo bueno. Entonces el anciano le dijo:

“Recuerda que todo pasa. Ningún acontecimiento ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche; hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.
"

jueves, 20 de noviembre de 2008

Eres raro



Hay una canción de Fito y los Fitipaldis que dice "raro, no digo diferente digo raro". Me gusta la gente rara.

Seguramente porque me considero el paradigma de la normalidad. De familia normal, de aspecto normal, de inteligencia e intereses normales. Mi trabajo es normal. Mi casa y mis cosas también. Todo normal. Mi vida es normal. Por eso siento una envidia (sana, pero envidia al fin y al cabo) general hacia la gente rara.

Y no me refiero a los que con poses de modernidad tratan de darnos lecciones de gusto o de liberalidad a los demás. No. Esa gente más bien me aburre. No encuentro nada más tedioso que la moda y su supuesta originalidad

Los que me gustan son los raros de verdad. Los poseedores de esas cualidades (que algunos meapilas llamarían defectos), no necesariamente extraordinarias, pero tan desarrolladas o tan afiladas que llegan a ser rareza. Rayana en la locura.

La señora de mi barrio que lo mismo en enero que en junio lleva chaquetón de piel. Lleva la cara maquillada de un color entre naranja y marrón. Está casi calva pero se engomina el poco pelo que le queda. Su perro obeso, que casi no puede caminar la sigue a todas partes, y van ambos en animada conversación. Le da de comer a las palomas de la placita de atrás. Conoce a todo el mundo y las cajeras del super la llaman por su nombre. Me gusta.

El señor que atraviesa todos los días el centro de la ciudad varias veces. Es muy bajito, y debe de ser muy pobre, porque su ropa está mil veces rota. También lleva un abrigo muy raído, que en tiempos debió ser una prenda buena. No se lo quita nunca. Lo lleva abierto y como camina deprisa, ondea detrás de él dándole aspecto de superhéroe indigente. Se patea el centro arriba y abajo. No parece tener un destino determinado, pero camina a toda velocidad durante todo el día. Va sin afeitar y lleva una colilla en la comisura de los labios. Hace años que dejé de fumar, pero cuando lo veo me apetecería llevar tabaco en el bolso para ofrecerle un cigarrillo. También me gusta.

Recuerdo un precioso artículo de Rosa Montero, publicado hace varios eones en El Pais Semanal, cuando escribía una página propia (desconozco si lo sigue haciendo). Lo guardé durante mucho tiempo con otros de distintos autores, hasta que en uno de los 600 traslados se perdió mi carpeta de los tesoros. Pero me sigue viniendo a la memoria cuando me encuentro con esos personajes inclasificables. En él hablaba de "su" gente rara. De qué nos hace dar ese paso más alla que nos permite liberar un demonio o una manía. De la potencialidad que hay en todos para la locura, esa locura inofensiva que muestra al mundo nuestro yo más íntimo. De cómo todos podemos ser así de raros. O así de libres, no lo tengo claro.

martes, 11 de noviembre de 2008

Diecisiete años.



Diecisiete años. Esa es la condena que les han impuesto. Eso cuesta la vida de una persona. Y su dignidad.


Diecisiete años son los que tenía el angelito de empapó de disolvente a una mujer aterrorizada, acorralada como un animal herido en una esquina de un cajero automático, después de ser golpeada y vejada. Justo antes de lanzarle un cigarrillo encendido.

¿Qué tipo de monstruo hace eso? ¿Qué sentimientos tiene? ¿Tiene alguno?

Si lo normal cuando ves a alguien tambalearse es echar la mano de manera instintiva, automática, para evitarle una caida ¿qué lleva a alguien a golpear a un ser humano que no conoce? Me refiero a que no puede odiarle, es imposible, no le ha dado tiempo. No es que justifique la violencia con los que odiamos, pero al menos es un móvil, una razón. Pero sin conocerla de nada... solo se me ocurre una explicación: maldad. Maldad en estado puro. Placer en el sufrimiento de otro. La más absoluta falta de empatía.

A lo mejor es que estoy un poco cansada o un poco pesimista, pero creo que eso no se aprende ni se corrige. Alguien tan falto de sentimientos, incapaz de conmoverse, o por lo menos de reaccionar ante los gritos y el sufrimiento atroz de una persona que se quema viva, seguirá siendo malo, intrínsecamente malo cuando salga de la cárcel, que me imagino que no será dentro de diecisiete años, sino bastante antes.

Diecisiete años. Si, por el asesinato. Pero yo les añadiría otros diecisiete. Por hijos de puta.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Volar


Debe ser uno de los anhelos más antiguos del hombre. Planear. Dejarse mecer por el viento mientras ves ciudades desde el aire.



Antes, cuando vivía al lado del mar, era capaz de pasarme las horas muertas viendo planear gaviotas sobre la playa. Esas tardes grises de viento asurado y loco que precede a los temporales en mi pueblo, las gaviotas extienden las alas y son capaces de despegar en vertical, como una cometa, pero sin hilos, sin nada que las ate a tierra. Se mantienen muchísimo tiempo sin batir las alas, navegando sólo con viento, a veces jugando entre ellas. Dejándose arrastrar suavemente, ladeándose un poco, cayendo, cayendo hasta que ¡ups! otra ráfaga las restituye a su lugar. Se reunen varias en formación. Parece un escuadrón de stukas a punto de atacar. Pero no puede haber nada más tranquilo y placentero. Pereza pura. Remolonear en el aire. ¡Qué envidia!

lunes, 3 de noviembre de 2008

Amarraditos



Me pregunta un amigo al hilo de la entrada anterior, que si en la verdadera amistad el tiempo y el espacio (qué einsteniano te ha quedado eso, Juan) no son barrera, por qué en el amor no sucede lo mismo.

No tengo ni idea. La verdad es esa. Pero hay varias hipótesis con las que podemos avanzar una respuesta:

Porque el amor necesita de un componente físico. De hecho los amores… vamos a llamarlos corteses, los amores epistolares, tan del romanticismo, pero también tan medievales, el caballero sirviente y todo ese rollo, supuestamente sí aguantaban al menos la distancia. El caballero luchaba por su dama, hacía sacrificios por ese amor puro, prístino… En verdad, el caballero hacía lo que podía con todas las demás, pero mantenía ese referente de pureza como objetivo, como ideal de amor. Así que en realidad la pregunta que cabe hacerse es si esas relaciones hubiesen sobrevivido de no haber distancia de por medio, o de no haber podido el caballero ventilar la cuestión física del asunto en otras torres no tan elevadas, pero igualmente acogedoras. Lo que nos lleva a la otra mitad de la naranja…

¿y la dama? ¿a qué se dedicaba mientras tanto? Pues a languidecer en la torre. No por falta de ganas, vive Dios. Pero si por falta de oportunidades. Así que toda esa energía reprimida se iba en suspiros, en novenas a Santa Rita y de vez en cuando en sonados escándalos ¿Cuántas Regentas no han cabido en los libros?

Porque el amor necesita exclusividad. Los amigos, esos de los que hablamos antes, los que no ves en un año pero los sientes tan próximos como el día que os separasteis, tienen vidas al margen de la tuya. Tú no eres (a Dios gracias) una constante en su pensamiento. Tienen más relaciones. Muchas de ellas tan especiales y entrañables como la que os une a vosotros dos. Y (a poco normal que seas) no se te ocurre sentirte celoso por ello. Antes al contrario. Te alegras sinceramente de que la vida de tus amigos sea plena y esté repleta de gente que les quiere y apoya. Que les quiere y apoya a tu mismo nivel. Ahí está la madre del cordero ¿a tu mismo nivel? ¿Toleras que alguien quiera y apoye a tu amado a tu mismo nivel? ¿Soportarías que el amor y la complicidad que siente contigo se reproduzca en otra relación?... Grrññññ, espinosa cuestión. Los celos, un cierto nivel de celos, parecen hasta saludables. No ese comportamiento enfermizo que lleva a algunas personas a no permitir que sus contrarios le dirijan la palabra a nadie más so pena de llevarse una andanada de sartenazos. No. Me refiero a desear un nivel de exclusividad en la relación. En el sexo, en la convivencia, en determinados niveles de intimidad. Seguro que hasta hay una explicación antropológica para ello, como que es una garantía de continuidad en el suministro de comida para la prole, o de protección para el clan, o algo así. Así pues la segunda hipótesis implica cierta proximidad y cierta continuidad en el trato para darse esas condiciones de exclusividad. ¿no?

Porque el amor romántico necesita alimentación continua. En realidad está relacionada con la primera hipótesis, pero a un nivel más espiritual. Por no decir ñoño. Cuando estamos enamorados necesitamos esa confirmación continua de reciprocidad. Eso que visto desde fuera es tan vomitivamente cursi, pero que vivido en primera persona es la gloria. Todos los “te quiero”, “pero yo más”, todos los achuchones y las risas sin motivo, son verdaderamente difíciles a quinientos kilómetros, o si los distancias tres meses. Superada la fase más tonta del enamoramiento, con la cabeza (y lo demás) más templado, puede que se vaya haciendo más fácil la distancia. Pero el amor que queda se basa en gran parte en la convivencia, en los proyectos comunes (o eso decís los casados) así que sin comunicación constante, me imagino que también se hace un poco cuesta arriba.

En fin, que no es lo mismo. No se si estas pueden ser respuestas. Ni siquiera se si hay una respuesta acertada. Pero todos entendemos que el amor, por mucho que digan, no es amistad, aunque la amistad sea una condición del amor (que no del enamoramiento).

Pero además seguro que hay miles de excepciones a todo lo anterior. Amantes valientes que soportan separaciones largas y que cruzan océanos de tiempo para estar el uno junto al otro. (Me voy a ver Drácula, hasta luego).

Vale, ahora os toca a los demás ¿qué decís?

domingo, 2 de noviembre de 2008

Amigas.



Lo más importante que uno puede tener en la vida es un amigo. Así que imagínate si son tres.

Personas con las que no necesitas hablar todos los días, ni todos los meses, pero cuando lo haces es como si hubieras hablado el día anterior. Personas que han compartido contigo momentos tan extraños, que cualquiera que se asome a ese recuerdo sólo puede ser un intruso. Personas que lloran con tus lágrimas y se ríen con tus carcajadas. Que no esperan nada de ti, pero que creen en ti sin reservas. Que están cuando se las necesita, o sea, siempre.

Niñas, aunque nos veamos poco somos piso. Y el piso es el piso.
(Patri, te deseo toda la felicidad en tu matrimonio. Y que los hombrecillos de las pestañas nos acompañen siempre)