domingo, 7 de diciembre de 2008

In & Out


Ya he colocado el arbolito. Mi árbol de Navidad es pequeño y reciclable de un año para otro. También tengo unos pocos adornos que cada año en el puente de a Constitución distribuyo por la casa.

En realidad la Navidad me da bastante por saco. Quiero decir que no son fiestas que me llenen especialmente. Está bien cenar y comer con la familia. Pero está igual de bien en agosto. Agradezco las llamadas de los amigos ausentes y el ratito de charla, aunque no los añoro más por ello, sino como siempre. Me gusta comprar regalos para la gente que quiero, pero ya tengo edad suficiente como para saber que son sólo eso, detalles pensados con cariño, y hace mucho que no me agobio pensando si acertaré mucho o poco. Me ha gustado a mí y los he elegido con la mejor intención. Suficiente.

Cuento todo esto porque podría resultar paradójico que alguien con tan poca fe religiosa se una a la vorágine navideña. Pero para mí el árbol, el turrón o la procesión de San Roque significan lo mismo. Que soy de aquí.

Todas esas cosas, muchas de las cuales hemos conseguido vaciar de significado, las han ido construyendo, a lo largo de muchos siglos, los hombres y mujeres que me han forjado a mí también. Puede que sean ritos obsoletos, puede. Puede también que alguien considere poco respetuoso que participe de ellos sin creer en su motivo original. Puede que otros lo encuentren incongruente, hasta hipócrita. Pero no lo es.

Considero la continuidad en estos ritos como una forma de transmisión de conocimiento, parecido a las leyendas de un pueblo, a la técnica de la artesanía o a las recetas de cocina que me legaron mis abuelas. Son parte de lo que soy, porque cientos de generaciones han trabajado para que todo ello llegase hasta mí. Con errores e imperfecciones, pero también con toda la sabiduría acumulada en la historia de nuestra cultura. Así, todos esos ritos me parece que son un patrimonio, que encierran conceptos útiles socialmente y, que ahora es mi turno de conservarlos y, si puedo, legárselos a alguien.

Nuestra sociedad es una abuela sobreprotectora cuya disciplina podemos burlar a menudo, pero de cuyos genes no nos vamos a librar por mucho que nos empeñemos. Y ya sabéis lo que dicen: “Bendita sea la rama…”

Por eso me dan mucha risa los contraculturetas de salón, que se afanan en despreciar cualquier manifestación cultural, especialmente si es religiosa, heredada de nuestros padres por considerarla carca, reaccionaria y ajena a ellos. Por lo visto son personas que se consideran fuera de esta cultura. Extraño concepto, no se me ocurre cómo pueden burlar su propio bagaje.

Por mi parte, no me considero más lista que miles de años de historia. No tengo porque despreciar la utilidad de las tradiciones, me parece más sensato intentar encontrar su significado real. Soy de aquí. Yo decido que estoy dentro.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Morriña

Nadie es capaz de definirla con precisión. Pero para los gallegos es algo así como su estado natural. Nos acompaña de San Esteban a Navidad. Nos identifica. Nos envuelve en bruma del Atlántico. Aunque estemos en casa. Aunque estemos lejos.

Morriña.

Da choiva, do mar, da terra, da auga, da areia da praia. De ti.


lunes, 24 de noviembre de 2008

Esto también pasará.


No recuerdo quien me contó esta historia por primera vez. De hecho yo la había deformado en mi memoria aunque el mensaje estaba intacto. Por eso la copio y pego descaradamente , porque mi versión ya estaba un tanto difuminada. Hoy necesito recordármela:

Una vez un rey citó a todos los sabios de la corte y les manifestó: ” Me he mandado hacer un precioso anillo con un diamante con uno de los mejores orfebres de la zona. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total. Un mensaje al que yo pueda acudir en momentos de desesperación total. Me gustaría que ese mensaje ayude en el futuro a mis herederos y a los hijos de mis herederos. Tiene que ser pequeño, de tal forma que quepa en el diamante de mi anillo”.


Todos aquellos que escucharon los deseos del rey eran grandes sabios, eruditos que podían haber escrito grandes tratados, pero... ¿pensar un mensaje que contuviera dos o tres palabras y que cupiera debajo de un diamante de un anillo? Muy difícil. Igualmente pensaron, y buscaron en sus libros de filosofía durante muchas horas, sin encontrar nada en que se ajustara a los deseos del poderoso rey.


El rey tenia muy próximo a él, un sirviente muy querido. Este hombre, había sido también sirviente de su padre, y había cuidado de él cuando su madre había muerto, era tratado como la familia y gozaba del respeto de todos.
El rey por esos motivos también lo consultó. Y este le dijo: “No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje” "¿Cómo lo sabes?", preguntó el rey. “Durante mi larga vida en el palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era un invitado de tu padre, y yo estuve a su servicio. Cuando nos dejó, yo lo acompañe hasta la puerta para despedirlo y como gesto de agradecimiento me dio este mensaje”.

En ese momento el anciano escribió en un diminuto papel el mencionado mensaje.
Lo dobló y se lo entregó al rey. “Pero no lo leas,-dijo. Mantenlo guardado en el anillo. Ábrelo solo cuando no encuentres salida en una situación”.

Ese momento no tardó en llegar, el país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo a caballo para salvar su vida, mientras sus enemigos le perseguían. Estaba solo, y los perseguidores eran numerosos. En un momento, llegó a un lugar donde el camino se acababa, y frente a él había un precipicio y un profundo valle. Caer por él, sería fatal. No podía volver atrás porque el enemigo le cerraba el camino. Podía escuchar el trote de los caballos, las voces, la proximidad. Fue entonces cuando recordó el anillo. Sacó el papel, lo abrio y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso para el momento. Simplemente decía “ESTO TAMBIÉN PASARÁ”.

En ese momento fue consciente de que se cernía sobre él un gran silencio.
Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haber equivocado el camino. Pero lo cierto es que le rodeó un inmenso silencio. Ya no se sentía el trotar de los caballos. El rey se sintió profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Esas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a guardarlo en el anillo, reunió nuevamente su ejercito y reconquistó su reinado.

El día en que entraba victorioso a la ciudad, hubo una gran celebración con música y baile…y el rey se sentía muy orgulloso de si mismo. En ese momento, el anciano estaba a su lado le dijo: “Apreciado rey, ha llegado el momento para que leas nuevamente el mensaje del anillo.” "¿Qué quieres decir?" -preguntó el rey “Ahora estoy viviendo una situación de euforia, la gente celebra mi retorno, hemos vencido al enemigo”. "Escucha -dijo el anciano- este mensaje no es solamente para situaciones desesperadas, también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando te sientes derrotado, también lo es para cuando te sientas victorioso. No es sólo para cuando eres el último, sino también para cuando eres el primero."

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “ESTO TAMBIÉN PASARA”, y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba. Pero el orgullo, el ego había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Lo malo era tan transitorio como lo bueno. Entonces el anciano le dijo:

“Recuerda que todo pasa. Ningún acontecimiento ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche; hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.
"

jueves, 20 de noviembre de 2008

Eres raro



Hay una canción de Fito y los Fitipaldis que dice "raro, no digo diferente digo raro". Me gusta la gente rara.

Seguramente porque me considero el paradigma de la normalidad. De familia normal, de aspecto normal, de inteligencia e intereses normales. Mi trabajo es normal. Mi casa y mis cosas también. Todo normal. Mi vida es normal. Por eso siento una envidia (sana, pero envidia al fin y al cabo) general hacia la gente rara.

Y no me refiero a los que con poses de modernidad tratan de darnos lecciones de gusto o de liberalidad a los demás. No. Esa gente más bien me aburre. No encuentro nada más tedioso que la moda y su supuesta originalidad

Los que me gustan son los raros de verdad. Los poseedores de esas cualidades (que algunos meapilas llamarían defectos), no necesariamente extraordinarias, pero tan desarrolladas o tan afiladas que llegan a ser rareza. Rayana en la locura.

La señora de mi barrio que lo mismo en enero que en junio lleva chaquetón de piel. Lleva la cara maquillada de un color entre naranja y marrón. Está casi calva pero se engomina el poco pelo que le queda. Su perro obeso, que casi no puede caminar la sigue a todas partes, y van ambos en animada conversación. Le da de comer a las palomas de la placita de atrás. Conoce a todo el mundo y las cajeras del super la llaman por su nombre. Me gusta.

El señor que atraviesa todos los días el centro de la ciudad varias veces. Es muy bajito, y debe de ser muy pobre, porque su ropa está mil veces rota. También lleva un abrigo muy raído, que en tiempos debió ser una prenda buena. No se lo quita nunca. Lo lleva abierto y como camina deprisa, ondea detrás de él dándole aspecto de superhéroe indigente. Se patea el centro arriba y abajo. No parece tener un destino determinado, pero camina a toda velocidad durante todo el día. Va sin afeitar y lleva una colilla en la comisura de los labios. Hace años que dejé de fumar, pero cuando lo veo me apetecería llevar tabaco en el bolso para ofrecerle un cigarrillo. También me gusta.

Recuerdo un precioso artículo de Rosa Montero, publicado hace varios eones en El Pais Semanal, cuando escribía una página propia (desconozco si lo sigue haciendo). Lo guardé durante mucho tiempo con otros de distintos autores, hasta que en uno de los 600 traslados se perdió mi carpeta de los tesoros. Pero me sigue viniendo a la memoria cuando me encuentro con esos personajes inclasificables. En él hablaba de "su" gente rara. De qué nos hace dar ese paso más alla que nos permite liberar un demonio o una manía. De la potencialidad que hay en todos para la locura, esa locura inofensiva que muestra al mundo nuestro yo más íntimo. De cómo todos podemos ser así de raros. O así de libres, no lo tengo claro.

martes, 11 de noviembre de 2008

Diecisiete años.



Diecisiete años. Esa es la condena que les han impuesto. Eso cuesta la vida de una persona. Y su dignidad.


Diecisiete años son los que tenía el angelito de empapó de disolvente a una mujer aterrorizada, acorralada como un animal herido en una esquina de un cajero automático, después de ser golpeada y vejada. Justo antes de lanzarle un cigarrillo encendido.

¿Qué tipo de monstruo hace eso? ¿Qué sentimientos tiene? ¿Tiene alguno?

Si lo normal cuando ves a alguien tambalearse es echar la mano de manera instintiva, automática, para evitarle una caida ¿qué lleva a alguien a golpear a un ser humano que no conoce? Me refiero a que no puede odiarle, es imposible, no le ha dado tiempo. No es que justifique la violencia con los que odiamos, pero al menos es un móvil, una razón. Pero sin conocerla de nada... solo se me ocurre una explicación: maldad. Maldad en estado puro. Placer en el sufrimiento de otro. La más absoluta falta de empatía.

A lo mejor es que estoy un poco cansada o un poco pesimista, pero creo que eso no se aprende ni se corrige. Alguien tan falto de sentimientos, incapaz de conmoverse, o por lo menos de reaccionar ante los gritos y el sufrimiento atroz de una persona que se quema viva, seguirá siendo malo, intrínsecamente malo cuando salga de la cárcel, que me imagino que no será dentro de diecisiete años, sino bastante antes.

Diecisiete años. Si, por el asesinato. Pero yo les añadiría otros diecisiete. Por hijos de puta.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Volar


Debe ser uno de los anhelos más antiguos del hombre. Planear. Dejarse mecer por el viento mientras ves ciudades desde el aire.



Antes, cuando vivía al lado del mar, era capaz de pasarme las horas muertas viendo planear gaviotas sobre la playa. Esas tardes grises de viento asurado y loco que precede a los temporales en mi pueblo, las gaviotas extienden las alas y son capaces de despegar en vertical, como una cometa, pero sin hilos, sin nada que las ate a tierra. Se mantienen muchísimo tiempo sin batir las alas, navegando sólo con viento, a veces jugando entre ellas. Dejándose arrastrar suavemente, ladeándose un poco, cayendo, cayendo hasta que ¡ups! otra ráfaga las restituye a su lugar. Se reunen varias en formación. Parece un escuadrón de stukas a punto de atacar. Pero no puede haber nada más tranquilo y placentero. Pereza pura. Remolonear en el aire. ¡Qué envidia!

lunes, 3 de noviembre de 2008

Amarraditos



Me pregunta un amigo al hilo de la entrada anterior, que si en la verdadera amistad el tiempo y el espacio (qué einsteniano te ha quedado eso, Juan) no son barrera, por qué en el amor no sucede lo mismo.

No tengo ni idea. La verdad es esa. Pero hay varias hipótesis con las que podemos avanzar una respuesta:

Porque el amor necesita de un componente físico. De hecho los amores… vamos a llamarlos corteses, los amores epistolares, tan del romanticismo, pero también tan medievales, el caballero sirviente y todo ese rollo, supuestamente sí aguantaban al menos la distancia. El caballero luchaba por su dama, hacía sacrificios por ese amor puro, prístino… En verdad, el caballero hacía lo que podía con todas las demás, pero mantenía ese referente de pureza como objetivo, como ideal de amor. Así que en realidad la pregunta que cabe hacerse es si esas relaciones hubiesen sobrevivido de no haber distancia de por medio, o de no haber podido el caballero ventilar la cuestión física del asunto en otras torres no tan elevadas, pero igualmente acogedoras. Lo que nos lleva a la otra mitad de la naranja…

¿y la dama? ¿a qué se dedicaba mientras tanto? Pues a languidecer en la torre. No por falta de ganas, vive Dios. Pero si por falta de oportunidades. Así que toda esa energía reprimida se iba en suspiros, en novenas a Santa Rita y de vez en cuando en sonados escándalos ¿Cuántas Regentas no han cabido en los libros?

Porque el amor necesita exclusividad. Los amigos, esos de los que hablamos antes, los que no ves en un año pero los sientes tan próximos como el día que os separasteis, tienen vidas al margen de la tuya. Tú no eres (a Dios gracias) una constante en su pensamiento. Tienen más relaciones. Muchas de ellas tan especiales y entrañables como la que os une a vosotros dos. Y (a poco normal que seas) no se te ocurre sentirte celoso por ello. Antes al contrario. Te alegras sinceramente de que la vida de tus amigos sea plena y esté repleta de gente que les quiere y apoya. Que les quiere y apoya a tu mismo nivel. Ahí está la madre del cordero ¿a tu mismo nivel? ¿Toleras que alguien quiera y apoye a tu amado a tu mismo nivel? ¿Soportarías que el amor y la complicidad que siente contigo se reproduzca en otra relación?... Grrññññ, espinosa cuestión. Los celos, un cierto nivel de celos, parecen hasta saludables. No ese comportamiento enfermizo que lleva a algunas personas a no permitir que sus contrarios le dirijan la palabra a nadie más so pena de llevarse una andanada de sartenazos. No. Me refiero a desear un nivel de exclusividad en la relación. En el sexo, en la convivencia, en determinados niveles de intimidad. Seguro que hasta hay una explicación antropológica para ello, como que es una garantía de continuidad en el suministro de comida para la prole, o de protección para el clan, o algo así. Así pues la segunda hipótesis implica cierta proximidad y cierta continuidad en el trato para darse esas condiciones de exclusividad. ¿no?

Porque el amor romántico necesita alimentación continua. En realidad está relacionada con la primera hipótesis, pero a un nivel más espiritual. Por no decir ñoño. Cuando estamos enamorados necesitamos esa confirmación continua de reciprocidad. Eso que visto desde fuera es tan vomitivamente cursi, pero que vivido en primera persona es la gloria. Todos los “te quiero”, “pero yo más”, todos los achuchones y las risas sin motivo, son verdaderamente difíciles a quinientos kilómetros, o si los distancias tres meses. Superada la fase más tonta del enamoramiento, con la cabeza (y lo demás) más templado, puede que se vaya haciendo más fácil la distancia. Pero el amor que queda se basa en gran parte en la convivencia, en los proyectos comunes (o eso decís los casados) así que sin comunicación constante, me imagino que también se hace un poco cuesta arriba.

En fin, que no es lo mismo. No se si estas pueden ser respuestas. Ni siquiera se si hay una respuesta acertada. Pero todos entendemos que el amor, por mucho que digan, no es amistad, aunque la amistad sea una condición del amor (que no del enamoramiento).

Pero además seguro que hay miles de excepciones a todo lo anterior. Amantes valientes que soportan separaciones largas y que cruzan océanos de tiempo para estar el uno junto al otro. (Me voy a ver Drácula, hasta luego).

Vale, ahora os toca a los demás ¿qué decís?

domingo, 2 de noviembre de 2008

Amigas.



Lo más importante que uno puede tener en la vida es un amigo. Así que imagínate si son tres.

Personas con las que no necesitas hablar todos los días, ni todos los meses, pero cuando lo haces es como si hubieras hablado el día anterior. Personas que han compartido contigo momentos tan extraños, que cualquiera que se asome a ese recuerdo sólo puede ser un intruso. Personas que lloran con tus lágrimas y se ríen con tus carcajadas. Que no esperan nada de ti, pero que creen en ti sin reservas. Que están cuando se las necesita, o sea, siempre.

Niñas, aunque nos veamos poco somos piso. Y el piso es el piso.
(Patri, te deseo toda la felicidad en tu matrimonio. Y que los hombrecillos de las pestañas nos acompañen siempre)

jueves, 30 de octubre de 2008

Caligrafía para momentos absurdos


Caligrafía para entretener momentos absurdos. Letras formando palabras formando frases llenando libretas ocupando estantes. Sin decir nada. Sin acabar nada. Sin empezarlo siquiera.

Ruidos en el piso de arriba. Vecinos sin nombres, casi sin voces. Apenas un murmullo, un susurro.

Gente sin rostro en la barra de un bar. Charquitos de neón a la salida del trabajo. Lluvia en el pelo. Duelos de varillas de paraguas. Aceras borrosas. Frio.


Así es el otoño aquí.

sábado, 25 de octubre de 2008

Arquitectura, Género y Poca Verguenza



He tenido que leerlo varias veces porque sencillamente no daba crédito. De sobra se que la densidad de gilipollas en mi profesión es muy superior a otras, pero hasta ahora pensaba que era sólo la tontería vanidosilla propia de los creativos y artistos varios. Pero por la carga de formación técnica, que implica un mínimo de raciocinio, creí al colectivo a salvo de cosas como la que sigue:


I XORNADAS: EN CONSTRUCCIÓN
ARQUITECTURA, XÉNERO E CIDADANÍA
30-31 de outubro e 1 de novembro DE 2008
Directora Académica: Pascuala Campos de Michelena
Lugar: Auditorio Centro Social Caixanova (Policarpo Sanz, 24-26). Vigo
O V Plan do Goberno Galego para a Igualdade entre mulleres e homes 2007-2010 contempla entre as súas liñas estratéxicas e como obxectivo xeral poñer en valor os temas que afecten as necesidades básicas ou prácticas e os intereses estratéxicos das mulleres galegas dun xeito transversal nas políticas da Xunta de Galicia fomentando a inclusión das perspectiva de xénero nas políticas públicas estando implicados na consecución destes obxectivos os departamentos con competencias neste eido como é o caso da Vicepresidencia de Igualdade e do Benestar e da Consellería de Vivenda e Solo
Obxectivo xeral
- Promover a incorporación do mainstreaming de xénero nas políticas públicas en materia de vivenda e na xestión do espazo e urbanística.
Obxectivos específicos
- Promover accións que garantan a igualdade entre homes e mulleres no uso do espazo urbano así como do acceso á definición de necesidades como no deseño e planificación de programas e proxectos.
- Establecer alianzas entre as distintas administracións galegas e a sociedade civil.
- Sensibilizar ao persoal técnico e á sociedade galega en xeral acerca das diferenzas no acceso aos recursos e espazos urbanos de mulleres e homes.
- Incorporar o enfoque de xénero na metodoloxía de xénero nos proxectos.
- Coñecer experiencias e intercambio de boas prácticas.
Resultados
Protocolo de actuación
Declaración institucional
Destinatari@s
Persoal político e técnico da administración galega e local
Consultorías especializadas en urbanismo
Estudantado de Arquitectura, Xeografía, Ciencias Sociais, etc.

Pero resulta que no. No somos inmunes a que semejante anuncio aparezca sin rubor en una circular de nuestro colegio profesional.

La verdad es que aun no he salido de mi estupor, no se si lo que más me impresiona es el objetivo general o los específicos. A lo mejor es que no entiendo bien eso del mainstreaming de género en las políticas públicas, pero es que en mi inocencia (infinita por lo visto) creí que las políticas de vivienda tenían por objeto desarrollar suelo para permitir la construcción de viviendas accesibles a la población, (sí queridos hipotecados, ya se que suena a cachondeo, pero los objetivos de las leyes de urbanismo repiten éste como uno de los principales), y que la gestión urbanística era el proceso técnico y jurídico que lo posibilita. Lo de presentar la gestión urbanística bajo una óptica de guerra de sexos, me deja sin palabras, voy a tener que meditarlo.

Establecer alianzas entre las distintas administraciones gallegas y la sociedad civil (que no la militar oigan), también suena muy bien, dudo que signifique algo, pero evoca a la arenga de Aragorn a las puertas de Mordor, y ¡cómo nos gusta esa peli!

Me gusta mucho también eso de sensibilizar acerca de las diferencias en el acceso a los espacios urbanos de mujeres y hombres. Ya ven, tantos años empollándonos la normativa de accesibilidad, pensando que es la gente discapacitada la que accede de forma distinta a los espacios y resulta que no, que las diferencias están en otro lado. Vaya por Dios.

Pero la perla indiscutible del tema es el Incorporar el enfoque de género en la metodología de género en los proyectos, (les juro que eso es lo que dice). A mi me enseñaron a proyectar acercándote al meollo de la cuestión de muchas formas: desde el programa de necesidades, desde la memoria del lugar, desde las secuencias espaciales, desde una idea más subjetiva y evocadora que permitiese dar un tratamiento unitario al desarrollo… en fin, según lo que se persiga, la sensibilidad del proyectista o la intencionalidad en cada proyecto podía ser de una forma u otra, o de varias, pero lo del género (lo correcto sería sexo, pero eso lo discutiremos otro día) me ha dejado de piedra. ¿Dónde estaban mis profesores que no se enteraban de lo realmente importante? ¿Por qué nos tuvieron engañados tantos años de escuela? No hay derecho. Menos mal que ahora, gracias a estas jornadas por fin se hará la luz sobre todos nosotros.

Hay que estar muy aburrido, tener mucha (muchísima) pasta para malgastar y tener mucha (muchisisisísima) cara para plantear jornadas como estas. Pero sobre todo: hay que tener una mente profundamente machista para pretender establecer diferencias y debates sexistas en disciplinas donde sencillamente NO CABEN.

Me encantaría leer las conclusiones, el protocolo y la declaración institucional tras esos dos días de sesudos debates. Aunque pensándolo, bien mejor no. No quiero que se me vuelva a cortar la digestión pensando como nos chulean el dinero de cuotas e impuestos para memeces como esta.

(Lo único que me puedo preguntar en este momento)

martes, 14 de octubre de 2008

Gente valiente


Decíamos el otro día que los valientes nacen, y durante la vida tiempo hay de demostrarlo. Cuando todo va mal, algún perverso corolario de la ley de Murphy resulta ser de aplicación, y las cosas se vuelven aun peores. Me escribe (bueno, nos escribe) una amiga diciendo que su enfermedad no se quedó hace unos meses en la mesa del quirófano, sino que sigue con ella. Nos lo escribe con serenidad, con la valentía suficiente para reconocer que son momentos duros y que lógicamente le afectan. Pero también con bastante humor como para enviar de propina un archivo gracioso y decirnos que Nunca llueve eternamente. Desde luego. Mientras haya gente valiente y peleona como Loli en el mundo, no solo no puede llover eternamente, sino que con su voluntad son capaces de hacer que salga el sol.

Todo mi cariño Loli. Eres un ejemplo de coraje, por esto y por muchas otras cosas. Sabes que estamos todos contigo. Un beso.

viernes, 10 de octubre de 2008

Miedo nocturno


A la hora de acostarme me subía a la cama rápidamente. Nunca he sido particularmente miedosa, excepto por lo que respecta a debajo de la cama, reino absoluto (como todo el mundo sabe) del monstruoqueteagarraporlostobillos. Así que nada de quedarse sentada en el borde, con los pies colgando. Nop. Nanay. De un salto arriba. Después, una vez leido el cuento, rezado el cuatro esquinitas y toda esa industria relajante que precede al dormir, mi padre apagaba la luz de la habitación y salía, pero a cambio encendía la del pasillo, y dejaba la puerta un poquito abierta. Entonces empezaba de verdad la feria.

"¡Veo Humo de Ratones!" Cada noche volvían a mi habitación con cara de pez "¿pero qué es lo que ves?" Humo de Ratones. Buscaban, repasaban las estanterías por si hubiese algo extraño, movían de sitio cosas que pudiesen hacer sombras raras, iban señalando objeto por objeto para localizar lo que tanto me preocupaba "¿Es esto?" "¡No! ¡Eso no! Humo de Ratones" "¿Pero dónde lo ves?" "Allí, allí" Me desesperaba, ¿pero cómo podían no verlo? ¿acaso estaban ciegos? Estaba allí, en el aire, se distinguía claramente. Por la lonchita de luz que se colaba en la habitación procedente del pasillo, bailaban en el aire partículas de polvo que ejercían un efecto hipnótico sobre mí. No veía nada más que aquellas diminutas casi-nadas suspendidas en el chorro de luz dorado. Estaba clarísimo: Humo de Ratones.

A mis padres les llevó una buena temporada descubrir a que me refería. Y a mi otro tanto familiarizarme con el humo y con los ratones, y darme cuenta de que no era eso lo que debía preocuparme. Podía centrar toda mi atención en el monstruoqueteagarraporlostobillos, los ratones eran inofensivos.

Han pasado unos pocos años desde aquello. Hoy los monstruos de debajo de la cama son mucho más feos, y por mucho que de voces no va a venir a arroparme mamá. El miedo he ido aprendiendo a tragármelo y prácticamente ha desaparecido. Pero hay algo que sigo buscando cada noche desde mi cama, no ya con miedo sino con la esperanza de que los ratones amigos estén ahí, haciendo hogueras pequeñitas y mandándome señales. De humo, claro.

¿Hay ratones por aquí?

viernes, 3 de octubre de 2008

Bolsón Indio


(La venganza de Moctezuma)

Un personaje de una película que vi hace tiempo decía que cuando estás de viaje no haces más que tonterías, como comprar cazadoras de cuero por el doble de lo que valen. No hacía mención expresa a las maletas y bolsas de viaje, pero creo que pueden quedar perfectamente incluidas en el comentario. Esas bolsas que tienes que comprar porque en la maleta ya no cabe ni una horquilla más y, ¿cómo te vas a llevar todo lo que has acumulado?: los regalitos para familiares y amigos que con tanta ilusión compras y que se suelen recibir con cara de pez; la figurita de un personaje de la mitología local, que en ese momento te interesa muchísimo y cuyo nombre habrás olvidado antes de subir al avión de regreso; el poncho artesano, tan mono, tan colorista, que cuando vuelvas a tu fría y triste ciudad encontrarás un poco fuera de lugar y no te pondrás más que una vez...

Pues el contenedor de todo ello acaba siendo un souvenir más, que peleas duramente durante media hora de regateo con una nativa impasible ante tu agresiva táctica de compra. Al final te llevas el bolsón más estrafalario del puesto, el más chillón y el más caro. Y lo que es más, te lo llevas convencida de que has hecho la compra de tu vida, lo que dice muy poco en favor de tu agresiva táctica, que no vale un pimiento comparada con la táctica pasiva de la nativa en cuestión.

Y el artefacto cumple su cometido. Embutes en él chales, sombreros, folletos, dioses mayas y un par de zapatillas que no encuentran el huequito de maleta en el que vinieron. Y llegas a casa, y desparramas por todas partes ropa, compras, regalos y maletas; y durante tres o cuatro días tu salón (habitualmente ordenado) se parece mucho a Hiroshima, hasta que milagrosamente cada objeto, autóctono o importado, va encontrando su lugar. Y llega un momento en que sólo queda la bolsa. Y la miras. Te enfrentas a ella cara a cara. Reconoces ese tufillo que desde el primer día la ha caracterizado, y decides: "te voy a lavar".

Ante la ligera sospecha de que pueda desteñir optas por acometer la operación a mano, en el cuarto de baño. Primero en el lavabo, aunque en vista de que el tejido está aumentando peligrosamente de volumen decides un rápido traslado a la bañera. Sobrevuelas el inodoro, cuya tapa queda regada de un líquido oscuro ("luego lo limpio"). Ya en la bañera, además de hinchar, parece que la bolsa se está desangrando. Sin embargo su voracidad por el jabón es infinita, y cuanto más le ofreces más crece, más sangra y más aclarado por delante que te queda. Por fin comprendes que la jodida bolsa es capaz de beberse un litro de Norit y comerse al borrego después. Empiezas a aplicar agua a chorro, para eliminar la espuma carmesí que amenaza con salirse de la bañera y tragarte a ti también. No es suficiente. Con la ducha. Las salpicaduras han pasado a parecerte un problema secundario.

Poco a poco el volumen de las cosas vuelve a ser lo que en principio era. Sólo queda encontrar un lugar para tender y acabar de manchar el pasillo en el trayecto. A estas alturas el baño parece La Matanza de Texas, tienes la cara salpicada de pecas rojas, la espalda dolorida y los brazos violetas hasta los codos, y sobre todo tienes la sensación de que Cuauhtémoc, sentado en un Olimpo de pirámides y serpientes emplumadas, se descojona abiertamente de ti.

jueves, 2 de octubre de 2008

Cartas no enviadas.


(Eso que se ahorra el mundo)

Pues ahora que no estás, te escribo. Siempre que escribo algo, algo un poco serio claro, algo que vaya más allá de la lista de la compra, acabo llorando. Así que me disculpo de antemano, y de paso te disculpo a tí, porque aunque no vayamos a reconocerlo ni tu ni yo, esto tiene toda la pinta de ir a acabar fatal. Por tu parte, puede. O por la mia. Pero tengo la certeza de que uno de los dos, si no los dos, va a salir herido de aquí.


Pero sigamos así, fingiendo que es todo estupendo, que no pasa nada. Y en verdad lo es, estupendo digo. Es maravilloso sentirse atendido después de tanto tiempo. Cuarenta días en el desierto pasó Jesús. Cuarenta años me parece a mi que llevo en el varadero. Como un pesquero viejo, con tantas manos de patente y de pintura, de pintura y de patente, que ha engordado seis pulgadas y, aunque las cuadernas se pudrieran y desaparecieran, el casco aguantaría estóico otro invierno más. Así estoy yo. Todo fachada. La apariencia me mantiene en el mundo. Maquillaje de la vida. Lo accesorio como único asidero.

Y me está dando pánico que me apetezca escribir. Algo tan aparentemente inocente. Recrearme en la caligrafía. Un mero ejercicio ¿estético? La última vez que me dio por escribir con regularidad... bueno, digamos que no me sentó demasiado bien. Afortunadamente, en uno de los escasos momentos de lucidez que tenía por aquel entonces, decidí no enviar ni una sola de aquellas cartas, de hecho, la única que envié no era mía. Era un escrito muy cursi, en idioma argentino, con una breve introducción de mi puño y letra; pero la carta, el texto en si, estaba impreso, tal cual lo encontré en internet. Supongo que no es demasiado romántico recibir una carta de amor en helvética 9 ptos. Que te quieran con las palabras prestadas. Supongo. Pero es como fue. Sin embargo las demás, las otras cartas, las que si escribí yo, mucho más dolorosas y sinceras, y mucho peor escritas, nunca llegaron al buzón. Adonde sí llegaron fue a un contenedor de basura, sin duda un destino más acorde con su naturaleza, o al menos así lo sentí entonces. Todas juntitas eso sí, como buenas hermanas.

Bien está. No merecían un final más épico como una hoguera. Además, la suma de todas ellas resultó ser un buen montón de papel y hubiese necesitado una pira de cierta dimensión. No, el vertedero municipal es más que suficiente. Porque debo reconocer (sin el menor remordimiento) que esa vez no reciclé. ¡JA!

lunes, 29 de septiembre de 2008

De valientes y pequeños.


Hay gente que inspira.

Allí estaba, pequeño como un ratón
, a la puerta de un bar donde seguramente estaban sus padres ajenos a lo que pasaba fuera. Con no más de seis años y solo, le plantaba cara a un grupo de cinco o seis skaters, que probablemente le doblaban en edad, y desde luego en estatura.

"No se pintan las paredes". La vocecita me trajo a la mente el cuento de Garbancito que de niña oía en un disco. Me hizo pararme y observar a distancia. Quería ver a un valiente. Los mayores le rodeaban, y con aire vacilón le preguntaron que qué había dicho. Pero el ratón no se achantó, se mantuvo erguido, con la seguridad que da saberse en la razón: "Que no se pintan las paredes". Los otros se movían entre confundidos e inquietos, molestos por haber sido pillados en falta, pero sobre todo (o eso me pareció) tan impresionados como yo por ver a un valiente. Alguno de ellos negó la mayor. Otro rió nervioso. El ratón se mantenía firme como un soldado. En ese momento un adulto abrió la puerta del bar, debió percibir algo porque, aunque la escena no había pasado de ahí, la tensión era evidente. El grupo se disolvió y el pequeñajo entró muy tieso en el bar, pero sin chivarse. Parecía un general pequeñito.

No podía dejar de sonreir. A mis años estaba descubriendo que los valientes no se hacen. Nacen.