domingo, 26 de abril de 2009

Aún abierto.

Este blog no está abandonado. Por lo menos no definitivamente.

No liquidamos por cierre. No estamos de saldo. Ni desahuciadas. No quebramos ni suspendemos pagos. No hacemos ERES, no aprovechamos para echar a nadie. No congelamos sueldos.

Tampoco tenemos demasiados morosos ni nos beneficiamos de planes de salvamento.

Aquí seguimos por libre. Tremenduskah y yo. Y espero que vosotros, si no nos olvidáis. En breve volvermos a la carga. Hasta entonces...



lunes, 26 de enero de 2009

Tremenduskah




Les presento a Tremenduskah. Dicen los cronistas oficiales de su corte que es una princesa dura, temible y cruel. Pero en realidad su nombre no viene de eso, sino de su capacidad innata para tomárselo todo a la tremenda. Es capaz de construir un castillo lleno de monstruos (y monstruas, ya que cree en la paridad) con una baraja francesa. Su llanto es capaz de secar los ramos de novia más frescos, y los gatos del cementerio de su palacio son pardos tanto de día como de noche. Ella es así.

Aunque en honor a la verdad, hay que decir que se le pasa pronto, nunca le dura demasiado, y es capaz de reirse con sus amigos, cortar rabos de lagartija y despellejar a otras princesas de reinos vecinos, como cualquiera.

De parte de Tremenduskah, gracias a todos los que habéis dado muestras de apoyo y cariño estos días. Esta si que va por ustedes:


domingo, 25 de enero de 2009

Mañana

Seguramente no hay nada tan triste como descubrir que aquello que tu ofreces con cariño como lo mejor, sólo es recibido como algo vulgar, cuando no directamente una molestia.

La indiferencia hiere más que un enfrentamiento abierto. El silencio es peor que un puñal. Y aún así la incertidumbre hace que se cuelen rayitos de esperanza dónde debería haber una puerta clausurada a cal y canto. Y como en las obras de Casona te mantienes agarrado a la única palabra que flota en todo esto... mañana.

Y como en los musicales americanos te encuentras escribiendo entradas cursis en tu blog.


Va por uds.


De algo hay que reirse. :P

domingo, 7 de diciembre de 2008

In & Out


Ya he colocado el arbolito. Mi árbol de Navidad es pequeño y reciclable de un año para otro. También tengo unos pocos adornos que cada año en el puente de a Constitución distribuyo por la casa.

En realidad la Navidad me da bastante por saco. Quiero decir que no son fiestas que me llenen especialmente. Está bien cenar y comer con la familia. Pero está igual de bien en agosto. Agradezco las llamadas de los amigos ausentes y el ratito de charla, aunque no los añoro más por ello, sino como siempre. Me gusta comprar regalos para la gente que quiero, pero ya tengo edad suficiente como para saber que son sólo eso, detalles pensados con cariño, y hace mucho que no me agobio pensando si acertaré mucho o poco. Me ha gustado a mí y los he elegido con la mejor intención. Suficiente.

Cuento todo esto porque podría resultar paradójico que alguien con tan poca fe religiosa se una a la vorágine navideña. Pero para mí el árbol, el turrón o la procesión de San Roque significan lo mismo. Que soy de aquí.

Todas esas cosas, muchas de las cuales hemos conseguido vaciar de significado, las han ido construyendo, a lo largo de muchos siglos, los hombres y mujeres que me han forjado a mí también. Puede que sean ritos obsoletos, puede. Puede también que alguien considere poco respetuoso que participe de ellos sin creer en su motivo original. Puede que otros lo encuentren incongruente, hasta hipócrita. Pero no lo es.

Considero la continuidad en estos ritos como una forma de transmisión de conocimiento, parecido a las leyendas de un pueblo, a la técnica de la artesanía o a las recetas de cocina que me legaron mis abuelas. Son parte de lo que soy, porque cientos de generaciones han trabajado para que todo ello llegase hasta mí. Con errores e imperfecciones, pero también con toda la sabiduría acumulada en la historia de nuestra cultura. Así, todos esos ritos me parece que son un patrimonio, que encierran conceptos útiles socialmente y, que ahora es mi turno de conservarlos y, si puedo, legárselos a alguien.

Nuestra sociedad es una abuela sobreprotectora cuya disciplina podemos burlar a menudo, pero de cuyos genes no nos vamos a librar por mucho que nos empeñemos. Y ya sabéis lo que dicen: “Bendita sea la rama…”

Por eso me dan mucha risa los contraculturetas de salón, que se afanan en despreciar cualquier manifestación cultural, especialmente si es religiosa, heredada de nuestros padres por considerarla carca, reaccionaria y ajena a ellos. Por lo visto son personas que se consideran fuera de esta cultura. Extraño concepto, no se me ocurre cómo pueden burlar su propio bagaje.

Por mi parte, no me considero más lista que miles de años de historia. No tengo porque despreciar la utilidad de las tradiciones, me parece más sensato intentar encontrar su significado real. Soy de aquí. Yo decido que estoy dentro.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Morriña

Nadie es capaz de definirla con precisión. Pero para los gallegos es algo así como su estado natural. Nos acompaña de San Esteban a Navidad. Nos identifica. Nos envuelve en bruma del Atlántico. Aunque estemos en casa. Aunque estemos lejos.

Morriña.

Da choiva, do mar, da terra, da auga, da areia da praia. De ti.


lunes, 24 de noviembre de 2008

Esto también pasará.


No recuerdo quien me contó esta historia por primera vez. De hecho yo la había deformado en mi memoria aunque el mensaje estaba intacto. Por eso la copio y pego descaradamente , porque mi versión ya estaba un tanto difuminada. Hoy necesito recordármela:

Una vez un rey citó a todos los sabios de la corte y les manifestó: ” Me he mandado hacer un precioso anillo con un diamante con uno de los mejores orfebres de la zona. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total. Un mensaje al que yo pueda acudir en momentos de desesperación total. Me gustaría que ese mensaje ayude en el futuro a mis herederos y a los hijos de mis herederos. Tiene que ser pequeño, de tal forma que quepa en el diamante de mi anillo”.


Todos aquellos que escucharon los deseos del rey eran grandes sabios, eruditos que podían haber escrito grandes tratados, pero... ¿pensar un mensaje que contuviera dos o tres palabras y que cupiera debajo de un diamante de un anillo? Muy difícil. Igualmente pensaron, y buscaron en sus libros de filosofía durante muchas horas, sin encontrar nada en que se ajustara a los deseos del poderoso rey.


El rey tenia muy próximo a él, un sirviente muy querido. Este hombre, había sido también sirviente de su padre, y había cuidado de él cuando su madre había muerto, era tratado como la familia y gozaba del respeto de todos.
El rey por esos motivos también lo consultó. Y este le dijo: “No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje” "¿Cómo lo sabes?", preguntó el rey. “Durante mi larga vida en el palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era un invitado de tu padre, y yo estuve a su servicio. Cuando nos dejó, yo lo acompañe hasta la puerta para despedirlo y como gesto de agradecimiento me dio este mensaje”.

En ese momento el anciano escribió en un diminuto papel el mencionado mensaje.
Lo dobló y se lo entregó al rey. “Pero no lo leas,-dijo. Mantenlo guardado en el anillo. Ábrelo solo cuando no encuentres salida en una situación”.

Ese momento no tardó en llegar, el país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo a caballo para salvar su vida, mientras sus enemigos le perseguían. Estaba solo, y los perseguidores eran numerosos. En un momento, llegó a un lugar donde el camino se acababa, y frente a él había un precipicio y un profundo valle. Caer por él, sería fatal. No podía volver atrás porque el enemigo le cerraba el camino. Podía escuchar el trote de los caballos, las voces, la proximidad. Fue entonces cuando recordó el anillo. Sacó el papel, lo abrio y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso para el momento. Simplemente decía “ESTO TAMBIÉN PASARÁ”.

En ese momento fue consciente de que se cernía sobre él un gran silencio.
Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haber equivocado el camino. Pero lo cierto es que le rodeó un inmenso silencio. Ya no se sentía el trotar de los caballos. El rey se sintió profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Esas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a guardarlo en el anillo, reunió nuevamente su ejercito y reconquistó su reinado.

El día en que entraba victorioso a la ciudad, hubo una gran celebración con música y baile…y el rey se sentía muy orgulloso de si mismo. En ese momento, el anciano estaba a su lado le dijo: “Apreciado rey, ha llegado el momento para que leas nuevamente el mensaje del anillo.” "¿Qué quieres decir?" -preguntó el rey “Ahora estoy viviendo una situación de euforia, la gente celebra mi retorno, hemos vencido al enemigo”. "Escucha -dijo el anciano- este mensaje no es solamente para situaciones desesperadas, también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando te sientes derrotado, también lo es para cuando te sientas victorioso. No es sólo para cuando eres el último, sino también para cuando eres el primero."

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “ESTO TAMBIÉN PASARA”, y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba. Pero el orgullo, el ego había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Lo malo era tan transitorio como lo bueno. Entonces el anciano le dijo:

“Recuerda que todo pasa. Ningún acontecimiento ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche; hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.
"

jueves, 20 de noviembre de 2008

Eres raro



Hay una canción de Fito y los Fitipaldis que dice "raro, no digo diferente digo raro". Me gusta la gente rara.

Seguramente porque me considero el paradigma de la normalidad. De familia normal, de aspecto normal, de inteligencia e intereses normales. Mi trabajo es normal. Mi casa y mis cosas también. Todo normal. Mi vida es normal. Por eso siento una envidia (sana, pero envidia al fin y al cabo) general hacia la gente rara.

Y no me refiero a los que con poses de modernidad tratan de darnos lecciones de gusto o de liberalidad a los demás. No. Esa gente más bien me aburre. No encuentro nada más tedioso que la moda y su supuesta originalidad

Los que me gustan son los raros de verdad. Los poseedores de esas cualidades (que algunos meapilas llamarían defectos), no necesariamente extraordinarias, pero tan desarrolladas o tan afiladas que llegan a ser rareza. Rayana en la locura.

La señora de mi barrio que lo mismo en enero que en junio lleva chaquetón de piel. Lleva la cara maquillada de un color entre naranja y marrón. Está casi calva pero se engomina el poco pelo que le queda. Su perro obeso, que casi no puede caminar la sigue a todas partes, y van ambos en animada conversación. Le da de comer a las palomas de la placita de atrás. Conoce a todo el mundo y las cajeras del super la llaman por su nombre. Me gusta.

El señor que atraviesa todos los días el centro de la ciudad varias veces. Es muy bajito, y debe de ser muy pobre, porque su ropa está mil veces rota. También lleva un abrigo muy raído, que en tiempos debió ser una prenda buena. No se lo quita nunca. Lo lleva abierto y como camina deprisa, ondea detrás de él dándole aspecto de superhéroe indigente. Se patea el centro arriba y abajo. No parece tener un destino determinado, pero camina a toda velocidad durante todo el día. Va sin afeitar y lleva una colilla en la comisura de los labios. Hace años que dejé de fumar, pero cuando lo veo me apetecería llevar tabaco en el bolso para ofrecerle un cigarrillo. También me gusta.

Recuerdo un precioso artículo de Rosa Montero, publicado hace varios eones en El Pais Semanal, cuando escribía una página propia (desconozco si lo sigue haciendo). Lo guardé durante mucho tiempo con otros de distintos autores, hasta que en uno de los 600 traslados se perdió mi carpeta de los tesoros. Pero me sigue viniendo a la memoria cuando me encuentro con esos personajes inclasificables. En él hablaba de "su" gente rara. De qué nos hace dar ese paso más alla que nos permite liberar un demonio o una manía. De la potencialidad que hay en todos para la locura, esa locura inofensiva que muestra al mundo nuestro yo más íntimo. De cómo todos podemos ser así de raros. O así de libres, no lo tengo claro.