domingo, 7 de diciembre de 2008

In & Out


Ya he colocado el arbolito. Mi árbol de Navidad es pequeño y reciclable de un año para otro. También tengo unos pocos adornos que cada año en el puente de a Constitución distribuyo por la casa.

En realidad la Navidad me da bastante por saco. Quiero decir que no son fiestas que me llenen especialmente. Está bien cenar y comer con la familia. Pero está igual de bien en agosto. Agradezco las llamadas de los amigos ausentes y el ratito de charla, aunque no los añoro más por ello, sino como siempre. Me gusta comprar regalos para la gente que quiero, pero ya tengo edad suficiente como para saber que son sólo eso, detalles pensados con cariño, y hace mucho que no me agobio pensando si acertaré mucho o poco. Me ha gustado a mí y los he elegido con la mejor intención. Suficiente.

Cuento todo esto porque podría resultar paradójico que alguien con tan poca fe religiosa se una a la vorágine navideña. Pero para mí el árbol, el turrón o la procesión de San Roque significan lo mismo. Que soy de aquí.

Todas esas cosas, muchas de las cuales hemos conseguido vaciar de significado, las han ido construyendo, a lo largo de muchos siglos, los hombres y mujeres que me han forjado a mí también. Puede que sean ritos obsoletos, puede. Puede también que alguien considere poco respetuoso que participe de ellos sin creer en su motivo original. Puede que otros lo encuentren incongruente, hasta hipócrita. Pero no lo es.

Considero la continuidad en estos ritos como una forma de transmisión de conocimiento, parecido a las leyendas de un pueblo, a la técnica de la artesanía o a las recetas de cocina que me legaron mis abuelas. Son parte de lo que soy, porque cientos de generaciones han trabajado para que todo ello llegase hasta mí. Con errores e imperfecciones, pero también con toda la sabiduría acumulada en la historia de nuestra cultura. Así, todos esos ritos me parece que son un patrimonio, que encierran conceptos útiles socialmente y, que ahora es mi turno de conservarlos y, si puedo, legárselos a alguien.

Nuestra sociedad es una abuela sobreprotectora cuya disciplina podemos burlar a menudo, pero de cuyos genes no nos vamos a librar por mucho que nos empeñemos. Y ya sabéis lo que dicen: “Bendita sea la rama…”

Por eso me dan mucha risa los contraculturetas de salón, que se afanan en despreciar cualquier manifestación cultural, especialmente si es religiosa, heredada de nuestros padres por considerarla carca, reaccionaria y ajena a ellos. Por lo visto son personas que se consideran fuera de esta cultura. Extraño concepto, no se me ocurre cómo pueden burlar su propio bagaje.

Por mi parte, no me considero más lista que miles de años de historia. No tengo porque despreciar la utilidad de las tradiciones, me parece más sensato intentar encontrar su significado real. Soy de aquí. Yo decido que estoy dentro.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Morriña

Nadie es capaz de definirla con precisión. Pero para los gallegos es algo así como su estado natural. Nos acompaña de San Esteban a Navidad. Nos identifica. Nos envuelve en bruma del Atlántico. Aunque estemos en casa. Aunque estemos lejos.

Morriña.

Da choiva, do mar, da terra, da auga, da areia da praia. De ti.